¡El valor de los recuerdos!!
- M. I
- 24 oct
- 2 Min. de lectura

Y sacrificarás la pascua a Jehová tu Dios, de las ovejas y de las vacas, en el lugar que Jehová escogiere para que habite allí su nombre. 3 No comerás con ella pan con levadura; siete días comerás con ella pan sin levadura, pan de aflicción, porque aprisa saliste de tierra de Egipto; para que todos los días de tu vida te acuerdes del día en que saliste de la tierra de Egipto. Deuteronomio 16.2–3
Aunque muchas veces intentamos borrar de nuestro pasado aquellas experiencias negativas por las cuales hemos transitado, el Señor nos muestra, en el texto de hoy, que pueden cumplir un importante papel en nuestra vida espiritual. Para ayudar al pueblo de Israel a no olvidar el camino por el cual había transitado instituyó una fiesta anual con el solo propósito de que no olvidaran su peregrinaje como pueblo de Dios.
¿Qué era lo que puntualmente debían recordar?
En primer lugar, debían recordar que en el pasado habían sido esclavos, sin esperanza de que alguien los librara de esa condición. La libertad que hoy gozaban era una libertad que les había sido regalada, no una adquirida por sus propios méritos o esfuerzo.
En segundo lugar, que el día que salieron de Egipto fue por la intervención poderosa de Dios a favor de ellos. Hubo un precio que pagar para que pudieran ser libres. Una nación sufrió toda clase de calamidades para que un faraón de duro corazón finalmente les otorgara el permiso de marcharse.
En tercer lugar, habían salido de Egipto solamente con la ropa que llevaban puesta. No tenían ninguna de las posesiones que ahora disfrutaban. De la penuria absoluta, Dios les había transformado en una nación grande y próspera.
¿Cuál era el beneficio de que ellos recordaran todas estas cosas?
Recordar todas estas cosas, les ayudaría a ser agradecidos. El gran problema que nosotros enfrentamos a diario, es que nos levantamos y nos quejamos de todo, porque está lloviendo, porque no nos gusta la comida, porque tenemos que ir a trabajar, etc. Nuestras palabras revelan que hemos perdido de vista que nada de lo que tenemos es nuestro por derecho, sino por la exclusiva bondad de Dios. La falta de entender esta verdad, nos lleva a un corazón de ingratitud que se traduce en una vida llena de quejas y reclamos.
Para los que estamos sirviendo en la iglesia también es fácil olvidar de dónde nos sacó el Señor. Podemos caer en la queja y la ingratitud, reclamando mayor respeto o mayores privilegios, como si hubiéramos entrado al ministerio por nuestros propios méritos. Qué bueno es que cada día podamos recordar que servimos solamente porque él nos ha concedido tal privilegio.
«Señor Jehová, ¿Quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí?» (2 Samuel 7.18)
Dios los bendiga





Comentarios