¡Incredulidad!
- M. I
- 9 dic
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Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron. Hebreos 4.2
A menudo algunos dicen: "Si Dios me diera una señal clara, entonces creería sin dudar". Es una frase lógica, pero la historia bíblica la desmiente por completo.
Pensemos en la "Generación del Desierto" (Éxodo y Números). Históricamente, este grupo humano tuvo más evidencia empírica de la divinidad que cualquier otro en la historia:
Vieron el Mar Rojo partirse en dos (física pura desafiada).
Tenían una columna de fuego visible cada noche.
Comían maná que aparecía sobrenaturalmente cada mañana.
Tenían "información" de sobra. Sus ojos veían milagros a diario. Y, sin embargo, la Biblia relata que no pudieron entrar en el reposo a causa de su incredulidad (Hebreos 3:19).
¿Cómo es posible ver tanto y creer tan poco?
Aquí es donde la teología nos da una respuesta honesta y necesaria: La mente justifica lo que el corazón desea.
El apóstol Pablo explica en Romanos 1:18-21 que el ser humano no ignora la verdad, sino que la "detiene" o la suprime. No es que la evidencia sea invisible; es que nuestra naturaleza caída (lo que llamamos pecado) actúa como un filtro que rechaza lo que no puede controlar.
La incredulidad no se cura leyendo más libros ni viendo más milagros. Si el corazón sigue siendo de piedra, la evidencia rebotará.
No necesitamos más señales. Necesitamos nuevos ojos.
¡Dios los bendiga!




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